En el corazón de Sevilla, varios barrios históricos están experimentando una transformación impulsada por las propias comunidades vecinales. Barrios como San Julián, San Bartolomé o Triana han visto cómo proyectos ciudadanos devuelven vida a espacios en abandono, fomentan la cohesión social y revalorizan el patrimonio arquitectónico local.

A través de presupuestos participativos y subvenciones municipales, colectivos vecinales han rehabilitado plazas, creado jardines urbanos, organizado mercadillos solidarios y promovido actividades culturales en espacios olvidados. Estas acciones han sido clave para revitalizar el entorno sin caer en procesos de gentrificación agresiva.

Uno de los ejemplos más emblemáticos es el del colectivo La Calle Viva, que logró convertir un antiguo solar abandonado en un huerto comunitario con talleres, conciertos al aire libre y encuentros vecinales. Este proyecto recibió el reconocimiento del Ayuntamiento como iniciativa ejemplar de regeneración urbana.

Además del impacto visual, los vecinos destacan una mejora en la convivencia y en el sentimiento de pertenencia. “Ahora nos saludamos más, colaboramos en eventos y sentimos que el barrio es verdaderamente nuestro”, afirma Julia Romero, residente del barrio San Julián desde hace 25 años.

Las universidades locales también han comenzado a colaborar mediante programas de aprendizaje-servicio, donde estudiantes de arquitectura, sociología y trabajo social participan en los diagnósticos y planificación de las intervenciones. Esta sinergia intergeneracional ha fortalecido los vínculos entre academia y comunidad.

Estas experiencias en Sevilla se están replicando en otras ciudades andaluzas como Cádiz o Granada, lo que sugiere un cambio de paradigma en la forma de entender la regeneración urbana: desde abajo, con participación directa y sin perder la esencia del barrio.